martes, 5 de julio de 2016

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Visión de Sor Dominica del Paraíso
(Tomado del Libro “Las Glorias de María” escrito por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia)

Se lee en la vida de Sor Dominica del Paraíso, escrita por el Padre Ignacio del Niente, de la Orden de los Predicadores, que en un pueblecito llamado Paraíso, en los alrededores de Florencia en Italia nació esta joven de padres pobres. Desde su infancia comenzó a servir a la Madre de Dios. Ayunaba en su honor todos los días de la semana y el sábado distribuía a los pobres el alimento que se había quitado de su boca, e iba al jardín de su casa, o bien a los campos vecinos, donde recogía las flores que podía hallar a mano para colocarlas en la cabeza de una imagen de María que con el Niño Jesús en los brazos tenía en su casa. Veamos ahora con que señaladísimos favores recompensó la benignísima Señora los obsequios que esta su sierva le ofrecía.

Tenía Dominica como 10 años y al asomarse, y al asomarse cierto día a la ventana vio en la calle a una señora de noble aspecto, que traía en sus brazos a un hermoso niño; ambos a dos, el niño y la madre, extendían la mano en ademán de pedir limosna, corre Dominica a buscarles pan, pero al mismo tiempo, sin abrirles la puerta, los ve delante de sí, y advirtió que el niño tenía llagados el costado, los pies y las manos. “Dime Señora, dijo Dominica, ¿quién ha maltratado a este niño? “Ha sido el amor” repuso la madre.

Enamorada Dominica de la incomparable belleza angelical modestia del niño, le preguntó si le dolían las llagas. El niño por toda contestación le respondió con una celestial sonrisa. Entre tanto se iban acercando hacia el lugar donde estaba la imagen de María con el Niño Jesús en los brazos. Entonces la mujer preguntó a Dominica: “Dime hija mía, ¿Quién te mueve a coronar de flores estas imágenes?”, “Me mueve Señora –respondió la niña-el amor que tengo a Jesús  María”, “¿y cuánto los amas? “Los amo cuanto puedo” ¿Y cuánto puedes? “Cuanto ellos me ayuden”. “Prosigue hija mía –acabó diciendo la Señora- prosigue amándolos que ya te lo premiarán en el Cielo”.

Luego la piadosa doncella comenzó a percibir un suavísimo olor que salía de las llagas del niño. Señora –dijo a la Madre- ¿con que ungüento ungís sus llagas? Y este ungüento ¿se puede comprar? A lo que la Señora le respondió: “Se compra con la fe y las buenas obras”. Entonces Dominica les ofreció el pan. Este mi niño –repuso la Madre- se alimenta con amor. Dile que amas a Jesús y le colmarás de puro gozo.

El niño al oír pronunciar la palabra amor comenzó a dar demostraciones de alegría y dirigiéndose a Dominica le preguntó que cuanto amaba a Jesús. Le amo tanto –contestó- que día y noche estoy pensando en Él y todo mi afán es darle gusto en cuanto pueda. “Amalo mucho –replicó el niño- que el amor te enseñará lo que debes hacer para agradarle”. Entretanto iba aumentando el olor que las llagas exhalaban, hasta que Dominica, como fuera de sí, exclamó; “¡Dios mío! Esta fragancia me hace morir de amor. Si el olor de un niño es tan suave, ¿qué tal será el olor del Paraíso?

De repente, se trocó toda la escena, la Madre apareció ataviada como una reina y vestida de clarísima luz, el Niño, hermoso y bello, resplandeciente como el sol, tomó las flores de la imagen y las esparció por la cabeza de Dominica, la cual, al reconocer a Jesús y María en aquellos augustos personajes, se postró en tierra y adoró a Jesús y honró a María. Luego desapareció la visión. La dichosa joven tomó después el hábito de Santo Domingo y murió en olor de santidad el año 1553.

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Tomado del libro: Las Glorias de María de San Alfonso María de Ligorio.
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